Con mucha alegría, participé de la presentación de Verde botella, celeste aire, una novela escrita por Marina Berri y Eduardo Abel Gimenez e ilustrada por Christian Montenegro.
Aquí el texto que leí en la presentación:
Traje esto por escrito para no irme por las ramas y para no olvidarme nada. Prometo no tomar mucho tiempo y así podemos charlar con los autores, pero ya que me invitaron tan amablemente a presentar esta novela, voy a hacer honor y darle la bienvenida lo mejor que me salga.
Antes que nada, doy por presentados a Marina Berri, Eduardo Abel Gimenez y Christian Montenegro, que si están acá seguro es porque ya los conocen o chusmearon algo o leyeron la solapa del libro donde dice algunas cosas importantes sobre ellos. Y para no ser menos en la mesa, solo voy a agregar que mi color favorito es el verde botella.
También quiero confesar que creo que me invitaron porque me encanta hablar sobre colores. Y este libro es como una provocación para eso. Así que ¿por dónde empezar?
Una de las cosas que más me enorgullece de mi trabajo (ese tipo de méritos imposibles de registrar en linkedin) es haber sido responsable de escribir varias contratapas para novelas de Eduardo. El ejercicio de destilar en tres o cuatro oraciones todo lo que quería decirle al mundo sobre esos libros es de lo más desafiante y a la vez satisfactorio que me tocó hacer. Como esta contratapa no la escribí yo ni soy la responsable editorial de la novela, ni tengo un límite de espacio para escribir, va entonces esta no contratapa de la obra:
Verde botella, celeste aire es una novela para chicos que es una pariente contemporánea de Alicia en el País de las Maravillas y de El mago de Oz. Hay un viaje que sucede sin querer a una tierra desconocida y extraña, en donde las reglas de la realidad ya no son las mismas. No es que es una tierra de fantasía, es un lugar real pero con reglas misteriosas, incomprensibles incluso para estos viajeros. Cuando era joven podía pensar que eso era una metáfora de la infancia: vivir en mundo de adultos lleno de reglas, de cosas que pasan y no se entienden, de “cosas que hay que hacer”... ahora que soy menos joven, qué engañada que estaba. El mundo de los adultos, la verdad, es igual de incomprensible la mayor parte del tiempo. Las cosas se arman, se desarman, todo lo sólido se desvanece en el aire y así. ¿Entonces? Mi conclusión es que es muy posible que estemos ante una novela realista, quiero avisarles.
Acá me apoyo en las palabras de Julio Cortázar. En el libro que se publicó con la recopilación de sus clases, Clases de literatura, Berkeley, 1980 cuenta una anécdota de cuando le prestó un libro a un compañero de escuela y este chico se lo devolvió quejándose de que era de fantasía, o algo así. Entonces Cortázar explica (cito):
“Allí me di cuenta de lo que me sucedía: desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Me di cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar una sopa a las ocho de la noche; con lo cual (y esto se lo pude decir a un crítico que se negaba a entender cosas evidentes) creo que yo era ya en esa época profundamente realista, más realista que los realistas puesto que los realistas como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más expandida, donde entraba todo”.
Julio Cortázar. Clases de literatura, Berkeley, 1980. Buenos Aires, Alfaguara, 2013
(fin de cita) Me atrevo a afirmar que Marina y Eduardo son realistas al estilo cortazariano, y que las aventuras que Luna y Emilio viven en el galpón del botellero son absolutamente posibles.
Las palabras de Marina y Eduardo (obvio que lo primero que voy a preguntarles es cómo escribieron de a dos y que salga tan que no se nota ninguna costura) nos llevan por un mundo primero de otra época, o de otro lugar, y enseguida, y sin que nos demos cuenta, de un universo que puede estar en este pero que solo vemos a través de su mirada.
Los colores son tal vez la llave de esa mirada. Los nombres que se gana la realidad expandida tienen que venir de las miradas dispuestas a ver ese espacio nuevo, esos colores que definen los lugares, los momentos de la historia, que nos configuran el universo nombrado (que es el de los personajes y también el nuestro) para que podamos abarcarlo.
Dorothy vuelve del mundo de Oz a su Kansas natal monocroma, pero trae la experiencia de ese otro mundo technicolor. Alicia despierta de un sueño (¡es así!) en el que se conoció a sí misma (¿demasiado?). No quiero espoilear qué pasa con Luna y Emilio, cómo salen de ese mundo que visitan. Pero sí voy a decir cómo salí yo de la lectura (como siempre salgo de los libros que me gustan): con la mirada afinada y llena de colores.
Después pasamos a lectura y charla con los autores.
Ojalá que este libro haga siga su recorrido en las manos de muchos lectores y colores nuevos.
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Foto tomada del fb de Salvador Biedma |