lunes, 18 de noviembre de 2019

ante la duda

hay que leer a Ema Wolf.

Ema Wolf es, para mí, una de las mejores escritoras. Lejos. Como se mueve en el ambiente de los libros para chicos no siempre es conocida o reconocida fuera de este mundo, pero supongo que da igual, en un punto, porque sabemos que no le encanta dar charlas ni clases ni nada.
Me alcanza con tener a mano siempre sus libros para leer. Su forma de escribir es como un humor de relojería: todo en su lugar y como quien ejecuta una tarea de lo más seria y meticulosa, junta palabras como nunca antes se habían juntado y te arma unas escenas, unas situaciones, en las que el absurdo se vuelve el orden absoluto y no te queda otra que creer. Porque, claro, después de todo, es cierto.

Me tocó trabajar con ella, participar en la edición de dos de sus libros, cuando yo era principiante, y aprendí muchísimo con los pocos intercambios de correo para la ocasión. Así de certera es su palabra y su actitud. Y su paciencia. (Y mis vergonzantes intervenciones, que no pienso comentar).
La leí por primera vez a los diez u once años. Tengo mi ejemplar de Maruja gastado porque de inmediato se volvió de mis libros favoritos. Eso que ella dice en las charlas: más libros que abran mundos a la imaginación de los chicos, que no importa las palabras que no entiendan y así. Ese libro, que no sé muy bien cómo llegó a mis manos, me dio un permiso cuando tenía diez. Ya había leído bastante María Elena Walsh y la disfrutaba, sí. Y también me había copado con Elsa Bornemann y sus novelas y cuentos de amor. En Maruja había otra cosa: era otro humor, otro tipo de historia, un uso del lenguaje, del mecanismo de la lengua, que no había visto antes. Más vale que en ese momento no podía decir esto, pero ahora me doy cuenta. Se relaciona también con algo del humor que, como dice Luis Pescetti, tiene que ver con el reconocimiento de inteligencias, el valorarse como iguales. Hay algo de un profundo respeto por el lector, por el humor y por el absurdo que, retrospectivamente, claro, veo que me dio permiso para entrar en el mundo de los libros y de las historias, y quedarme ahí.

(Es raro, seguro, después de tantos años seguir leyendo a la misma autora, los mismos libros y voces de la infancia presentes. Creo que es una suerte. Tengo el privilegio de haberme cruzado de alguna forma con ese libro y no haber perdido el hilo -casi- desde entonces a hoy. Ya sé que esto tiene que ver más con la búsqueda que hago ahora sobre mí que sobre su obra. Por eso lo dejo asentado en este paréntesis personal. Entiendo que este blog está mutando lentamente a un diario de búsqueda y reconstrucción propia, y la obra de Ema Wolf es parte de ese camino, así que conste en actas: no creo haber podido llegar hasta acá, así, ahora, sin muchos libros que me crucé en la vida, varios de ellos los escribió Ema).

Todo esto es, además, para decir que el viernes a la tarde, una tarde calurosa, en la hermosa biblioteca del Parque de la Estación, en el marco de las charlas para adultos del Filbita, Mario Méndez le hizo una entrevista a Ema Wolf y ahí estuvimos, como hace cuatro años que Mario también la entrevistó en La Nube. Siempre es un gusto escucharla porque sus pensamientos son jugosos. Acá hay una entrevista que le hizo Valeria Tentoni para adelantar esta presencial y que sirve para guardarnos un recuerdo de la tarde.

De yapa, una entrevista de Natalia Blanc de hace un par de años.
Y una ponencia de Ema Wolf en unas jornadas de capacitación docente, que no tiene desperdicio, por supuesto.
Así, siempre, ante la duda, leer a Ema Wolf.




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