jueves, 19 de noviembre de 2020

La narrativa de las cosas

Cada objeto guarda una historia. Esa historia puede ser real o fantástica o algo entre esas dos caras. Da igual. El objeto puede funcionar como activador de la memoria, de la imaginación o de la cruza de las dos. ¿Qué es, si no, poner en palabras un recuerdo? Siempre se atraviesa ese bosque de límites no muy definidos. La manera de contar los recuerdos siempre tiene que ver con la fantasía. El objeto es un resonador de sensaciones, de momentos. Una prueba viviente del pasado.  
Pero no voy a hablar ahora de las historias que nos cuentan los objetos. Ni de cómo activan la memoria. Ahora quiero hablar de libros, en realidad. De tres libros que usan una forma narrativa particular, otra manera de usar los objetos para contar una historia: no cuentan las historias de estos, sino que cuentan una historia a través de los objetos. La estructura narrativa de estas historias está armada sobre una sucesión de cosas. El orden de esas cosas, cómo se presentan ante nosotros, lectores, es la columna vertebral del relato. 

Empiezo por Middle School is Worse than Meatloaf, de Jennifer L. Holm. El subtítulo de este libro es “A year told through stuff” -un año contado a través de las cosas-. El libro es de 2007 (Simon & Schuster) y yo creo que llegué a él porque mi jefa de ese momento me lo trajo de regalo de un viaje, pero no estoy muy segura. La edición que tengo es la rústica, de 2011. La autora es de Estados Unidos, y por lo visto, bastante conocida ahí en el mundo de los libros infantiles. Ganó varias veces la medalla Newbery y tiene un montón de libros publicados. No conozco ninguno traducido, y no conozco, la verdad, el resto de su obra. Pero este libro es un caso particular. 


¿Es una novela? Escapa a las clasificaciones, porque así como indica el subtítulo, lo que vamos a ver página a página son imágenes de cosas. Algunas son notas que Ginny, la protagonista, le deja a su madre y a su familia, notas que su madre responde, nos encontramos entradas del diario de Ginny. Y también vamos a ver tareas de la escuela, chats con alguna amiga, tickets de compras, informes médicos, horóscopos y recomendaciones de una revista recortados, tarjetas que le manda su abuelo, el programa de la escuela de danzas, liquidaciones bancarias y muchas cosas más. La parte gráfica fue realizada por Elicia Castaldi, y es como si viéramos sobre el escritorio de Ginny, la mesa de la cocina, la heladera, el cartel de anuncios de la escuela, su carpeta, la pantalla de la compu. Entonces, ¿cuál es la voz narradora de esta historia? Hay muchos aspectos que tenemos que reconstruir como lectores siguiendo el rastro de los objetos. Un ticket de compra de un pulóver soñado, una invitación a una fiesta, un ticket de lavandería, un nota que pide otro pulóver porque ese primero está arruinado, una respuesta negativa a esa nota, cuentas para pagar un nuevo pulóver, horarios y mensajes para hacer de babysitter y así. ¿Qué pasó en la fiesta? No sabremos los detalles pero podemos imaginar cómo la situación no se parece a lo que planeó Ginny, porque la vida nunca es exactamente como lo que planeamos y cada cosa que ahí aparece es una pista que nos da información acerca de situaciones, eventos y momentos en la vida de Ginny y su familia. 
Para meternos más de lleno en este pacto, las páginas ni siquiera están foliadas. Las páginas legales y de créditos (al comienzo y al final del libro) también están armadas como si fueran recortes, notitas que alguien deja. Cada una de las 120 páginas del libro tienen un diseño diferente, no hay maqueta de diseño para este plantado de texto. Me encantaría saber cómo lo trabajaron las dos autoras y en edición. Supongo que estos temas de diseño dificultan la posibilidad de una traducción, además, reajustar los textos a las imágenes. 






El libro se abre con una lista de compras para la vuelta a clases, y también con una lista de tareas pendientes de Ginny. A lo largo de las páginas vemos que incluso las que se cumplen no resultan como ella las imaginaba. El recurso de las páginas de su diario o las redacciones que escribe para la escuela nos permiten conocerla un poco más de primera mano, saber qué siente, qué piensa de todo lo que pasa a su alrededor, pero está usado con mucha medida y casi todo queda librado a que armemos el rompecabezas de la historia, de todo lo que pasa ese año agitado de comienzos de la adolescencia. Nadie nos cuenta esa historia, las cosas nos hacen armar una historia, leerlas como unidades de sentido.

 



Y por eso rompimos (Alfaguara, 2013, en castellano, la edición original es Why We Broke Up, de 2011/2012, de Little, Brown and Company. La edición en paperback de Egmont bajo el sello Electric Monkey tiene las ilustraciones en blanco y negro, es una pena), de Daniel Handler y Maira Kalman se parece más a una novela tradicional a simple vista. Es un texto extenso, un libro de 350 páginas, con algunas ilustraciones a página completa. Y aunque incluso antes de la página de legales nos encontramos con ilustraciones: la imagen de un barrio y una camioneta estacionada, es con esa escena con la que también comienza el texto. 
Daniel Handler es un escritor y músico norteamericano, tal vez más conocido en el mundo de los libros infantiles como Lemony Snicket por la serie de libros “Una serie de eventos desafortunados” (o según la traducción: “Una serie de catastróficas desdichas”). 
Maira Kalman, por otro lado, -una de mis artistas contemporáneas favoritas-, es ilustradora, diseñadora y autora también, entre otras cosas. Neoyorkina desde chica, nacida en Israel, tiene una manera de ver (y mostrarnos en sus imágenes) las cosas, con humor, sensibilidad e ingenio. Todo lo que está bien. Quien quiera conocerla un poco más, recomiendo mucho las entrevistas de Debbie Millman en Design Matters (todo en inglés, sí, no está muy traducida su obra) o esta charla TED (que sí se puede ver con subtítulos en castellano). 



Y por eso rompimos es una novela y también es una carta de despedida. Está escrita en segunda persona. Min le devuelve a Ed una caja con todos los recuerdos de su relación, que duró apenas más de un mes pero que fue una revelación para los dos, aparentemente. Toda la novela/carta se organiza a partir de nombrar cada uno de los objetos que hay en la caja y contar el momento en que pasó a ser algo significativo para ella, o para los dos, un recuerdo de esa relación que podría haber sido extraordinaria y que ahora no es nada. A partir de la explicación de cada objeto dentro de la caja conocemos la historia de la relación y entendemos también por qué ya no están juntos. No hay números o títulos de capítulos, pero el texto está separado por páginas con la ilustración de los objetos, muy al estilo Kalman, que en buena parte de su trabajo se detiene en esos objetos pequeños, intrascendentes y los vuelve una obra. Los títulos de capítulos podrían ser esas imágenes, las cosas, memorabilia de una relación que solo significa algo para quien estuvo ahí. Reconocemos como lectores el valor sentimental de cada papelito, las tapitas de la cerveza que tomaron juntos, algún regalo, prendas de ropa, libros, envases. Las pruebas materiales de ese tiempo, de los recuerdos, que Min ya no quiere tener y le devuelve a Ed, para que él -y también nosotros lectores- entendamos todo lo que significó esa relación. 







Esta novela no es la única obra en colaboración de Handler y Kalman. Tienen juntos también el libro álbum 13 palabras (publicado en castellano por Limonero), una historia que se estructura con 13 palabras que llegan ahí en un orden ¿por azar? Esas palabras, ahí, como estos objetos puestos en una caja, son el hilo conductor de la trama. 




Tienen también unos exquisitos libros publicados por el MoMA, en los que a partir de una selección de fotografías hacen un recorrido temático de texto e imagen. 






Por su parte, Maira Kalman, entre su obra propia, tiene un libro que es una enumeración de cosas, imágenes de cosas con algunas explicaciones e historias familiares: My Favorite Things. “Todo es parte de todo”, dice en la contratapa. 
Los objetos son la memoria de los objetos, una conexión entre el pasado que los puso ante nuestra vista y quien ahora los mira de vuelta, con todo el tiempo que pasó en el medio, con todo lo que resuena alrededor de cada cosa. 







El tercer libro que quiero comentar es Important Artifacts and Personal Property from the Collection of Lenore Doolan and Harold Morris, Including Books, Street Fashion, and Jewelry, (Sarah Crichton Books, 2009. Hay traducción al castellano por Duomo Ediciones) de Leanna Shapton, una artista canadiense que vive hace años en New York: escritora, ilustradora, editora. En este video, ella habla del libro en cuestión. 
En este caso, otra vez, un libro que no es una novela pero construye una historia que podría ser una novela. La tapa no nos engaña: no aparece la autora, no aparece la editorial. Sí aparece una fecha y el dato de una casa de subastas. El libro es, desde el principio al fin -salvo por la página de legales y una página con citas como epígrafes-, un catálogo de una subasta de las cosas que Lenore Doolan y Harold Morris dejan atrás. Por los epígrafes de pie de fotos de los objetos a subastar vamos conociendo a estos personajes, vamos entendiendo su relación, sabemos de sus viajes, de los regalos que se hacían, de souvenirs que se traían o se enviaban cuando estaban a distancia, a qué se dedicaban, sus gustos y su mitología secreta amorosa, ese código interno de las parejas. Sabemos que el amor se termina y acá no es la excepción. Lo que no sabemos nunca es por qué esos objetos llegan a ser subastados, qué pasó con estas personas. Por qué acá hay buena parte de sus bibliotecas, de su ropa, de sus cosas. Y por qué alguien querría comprarlas, como si fueran famosos, como si fueran reliquias. 



Los pies de fotos mantienen el código del catálogo de subasta, están identificados por el número del lote, tienen la descripción técnica, si hay fecha de adquisición, en qué condiciones se encuentran y el precio de base. Más de trescientos ítems serán subastados y casi todos tienen su fotografía. En los textos que las describen, se incluyen detalles, en algunos casos, agregados, que nos dejan saber algo más: parte del texto de una carta, qué dice una anotación que tiene el libro, en dónde se tomaron esas fotos. 
Nos volvemos voyeurs de esas vidas. Como entrar y recorrer la casa de alguien sin ese alguien, y creer que lo conocemos. Porque es verdad que se conoce a alguien revisando sus cosas, al menos algún aspecto. Qué atesora, qué deja a la vista, qué se esconde en los cajones o entre los libros. Pero cómo se ordenan esas cosas, cuál es el valor sentimental de este programa de teatro. Quien preparó esta subasta hizo arqueología de una relación, desenterró esos objetos, los fotografió, los ordenó por orden cronológico aproximadamente y los describe con la mayor objetividad posible. Una curaduría de las posesiones de la pareja, tan de moda la idea de curaduría en este tiempo, que nos permite recorrer esas posesiones y rearmar la historia. Entonces, leemos ahí el rastro del tiempo en una relación, cómo se conocen en una fiesta a través de las fotos de ese día, el desarrollo a través de los años y el desgaste. Un museo de la relación que está por ser vendido y desmantelado, es también un catálogo hipnótico de posesiones, algunas valiosas en dinero pero la mayoría solo valiosas sentimentalmente. La historia que se arma de estos dos personajes extiende el valor sentimental de las cosas al público que querrá comprarlas y atesorarlas a su vez. 
De tan original este libro termina resultando obvio en el mejor sentido de la palabra: claro que las cosas nos cuentan una historia. Cómo a nadie se le ocurrió antes mostrarnos así, “objetivamente” el paso de una relación. La reconstrucción de lo íntimo a través de lo material, eso que Marie Kondo no puede comprender, la prueba física y contundente de un sentimiento, de un momento, de todo eso que somos: esas son las cosas que guardamos. Las que se vuelven espejos de lo que éramos en algún momento, de lo que nos gusta o nos gustaría y también de lo que ya no está. 





Los tres libros utilizan el recurso de contar a través de las cosas, no la historia de las cosas en sí, sino una historia más allá, una historia de personajes, una trama que se arma a partir de los objetos, de los rastros materiales de situaciones y eventos. Cada uno de los libros está pensado para un público lector diferente, con sus particularidades, pero comparten esa columna vertebral como estructura: una sucesión de objetos que hacen que los lectores tengamos que interpretar. Claro que siempre la literatura es un diálogo y los lectores interpretamos y unimos información y completamos para que la lectura sea efectiva y profunda y poética. En estos casos, esa lectura se activa no desde las palabras sino desde las imágenes de objetos, el orden y la presentación de las cosas, que permite que la estructura narrativa no se presente de la forma tradicional: introducción, nudo, desenlace. El famoso arco narrativo queda desplazado por esta otra idea de guión de muestra de sala de museo, de la curaduría de objetos que, como vemos, siempre tienen mucho para decir. 


4 comentarios:

  1. Me encantó esta entrada, y me gustaron muchísimo las ideas que dieron origen a esos libros.

    Me recuerda eso de Eduardo Ainbinder:

    "El señor no escribe más.
    Aunque es inútil, las inanimadas cosas
    buscan siempre un par de oídos
    para vocear sus reivindicaciones:
    ‘Somos ágrafas, escribe sobre nosotras,
    cuenta la historia de nuestras vidas.
    Estamos dispuestas a colaborar’”.

    gracias por los textos.

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  2. Super interesante! Muero de ganas por leer estos libros!

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  3. Abre mundos leerte. Gracias por escribir.

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