Hacía mil años que no hacía uno, y hacía unos diez días que no tocaba la arcilla -o más, porque las últimas clases estuve pintando- por ir poco al taller por eventos y cosas y por andar tan ocupada. Ya tenía esa sensación que ahora reconozco fácil, algo físico, de extrañar el material y de extrañar el hacer con las manos.
Las manos, tal vez, tengan su propio cerebro y su propio corazón, porque tienen memoria y sentimientos y esas ganas que no sé de dónde salen a veces, esa necesidad de ponerse a trabajar, de la arcilla fresca, del movimiento y la textura.
Cada nene y nena hizo su cuenquito también. Algunos con mucha presión: en seguida empezaron los no me sale y, para mi sorpresa, los me quedó horrible. Me di el gusto de explicarles que yo hacía un montón que hacía eso y para muchos de ellos era la primera vez y les dije que la práctica era esencial para todo. Alguno, tal vez, me escuchó y se quedó más tranquilo.
Cuando lo tenían casi listo, les mostré herramientas para hacer texturas o alisarlos. La esponja fue un hit. Pero también hubo sorpresas en las cosas que se les ocurrían para rayar y decorar las paredes del cuenco. No tengo habitual contacto con grupos de chicos y siempre dsifruto y me asombro de cómo se ven personalidades o estilos en tan poquito tiempo de trabajo.
No tengo registro de cómo era yo a esa edad. Algunas sospechas, sí. Quisiera reconstruir algunas cosas para entender mejor. Miro -sí tengo fotos y/o piezas que hice a esa edad- y me asombro igual que con estos nenes: ¿cómo se te ocurrió hacer eso así? ¿Dónde estaba esa idea? ¿Hasta dónde puede llegar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario