Entro a un rulo de autopista corriendo, por la banquina. Tengo que
esquivar manchas de aceite y autos, estacionados y andando. Al comienzo
de la carrera (contra nadie) un señor mecánico/entrenador me alienta,
pero a medida que asciendo por la curva ya no lo escucho. En lo más
pronunciado de la vuelta también presto atención a no acercarme
demasiado a las barandas, que están oxidadas, parecen frágiles y hasta
faltan por partes. Sigo corriendo y la ruta baja. Voy cada vez más
despacio hasta detenerme en el final de la bajada. Me encuentro con
alguien que me pregunta:
—¿De dónde venís?
Señalo a unos metros nomás, en donde está la subida a la autopista.
—De ahí. Pero para llegar de ahí hasta acá tuve que dar toda esa vuelta.
Y me despierto de golpe.
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