jueves, 5 de mayo de 2011

Muchedumbre

Me llevó tres noches volver a dormir bien, urbanamente.
"Urbanamente" en el sentido literal. Ya no hay bosquecito por la ventana, ni pájaros que cantan a la mañana, ni ranas que croan por la noche. Hay, sí, muchos autos que pasan. La ventana da a la calle, en medio de una ciudad. Supongo que es un paso intermedio entre el bosque y los ruidos de Buenos Aires, un paso previo a las bocinas de cada día de la calle Crámer y los perros vecinos que ladran como desaforados.

Estoy en un departamento lleno de discos de jazz, de series y películas, de libros. Hay una gata también, y un amigo de otros tiempos.
El departamento está en una ciudad -en un país- que tiene por costumbre hacer cinco comidas al día. Acá no solo hay merienda sino que hay también doble desayuno. Así que nada puede ir muy mal con estos hábitos. 
Estoy de vacaciones. Me parece que hace un millón de años que no me tomaba vacaciones y es porque las últimas veces me fui "de viaje", y es un poco lo mismo pero la actitud es diferente. "De viaje" uno tiene planes, quiere recorrer, conocer. "De vacaciones" mi único plan es no hacer especialmente nada. Descansar. Leer (que es igual lo que hago siempre, eso no cambia nunca). No pensar en horarios. Pasear sin rumbo fijo.  ¿Escribir?
Suena bien, pero no me resulta tan fácil, confieso. Tengo que hacer el esfuerzo para acompasarme a esta falta de compás y una vez que lo hago, lo disfruto, claro.

Pero no deja de sentirse un poco raro todo esto. En parte debe tener que ver que me dedico a lo que me gusta, entonces no me suele resultar tedioso y me paso ansiando vacaciones como otra gente. Y en parte tiene que ver con que sí, tengo que reconocerlo, la multiplicidad de opciones, la libertad -se podría decir-, a veces apabulla un poco. Saber que hay otras vidas, otros modos de vidas y que uno puede elegir la gran parte del tiempo en cuál va a quedarse, ah, no es un tema menor. Tal vez es un momento que me agarra más reflexiva, no lo sé. Tal vez es el espíritu vacacional que me asalta a traición.
Me guardo el resto de este párrafo para terapia, me parece.

Mi amigo está enfermo, muy dolorido y en cama. Así que cuando estoy en la casa hago un poco de ayuda y enfermera (y compañía o silencio, según corresponda) y el resto del tiempo salgo a pasear sola. Ayer caminé horas y horas. El día estaba hermoso, con olor a verano, y no era un plan posible llegar hasta el centro en subte. Así que llegué hasta la avenida y caminé y caminé.
La gente habla castellano y catalán, pero es raro escuchar a alguien por la calle hablando en castellano. Salvo los mayores tal vez, que hablan parecidísimo a mi abuela. Es lindo escuchar el acento familiar, reconforta.
Casi una hora más tarde llegué a la rambla y a la multitud de gente. Me vino de inmediato a la cabeza una frase que me encanta de Niebla, una genial novela de Unamuno: "Al salir a la calle se calmó. La muchedumbre es como un bosque; le pone a uno en su lugar, le reencaja."  Y si bien es un bosque diferente, ni hablar, me amigué un poco más con la idea de la ciudad.

Aquí ya los idiomas se mezclaban. Todos éramos turistas o vendedores. Yo solo pensaba en ver el agua, y aunque me distraje un poco por el camino sacando alguna foto, chusmeando algún negocio, iba derecho a la costa. Por primera vez en mi vida me compré anteojos de sol. Consideré que el sol en el Mediterráneo requería cierto respeto. Había unos que hasta me gustaron, pero salían mucho más de lo que estaba dispuesta a pagar (tengo alguna especie de rechazo inexplicable para con los anteojos de sol), así que me compré los del precio correcto, que casi que estaban bien y lo importante es que cumplan su función.
Una vez en el puerto, elegí con cuidado un lugar para almorzar, una mesa al sol, con vista al mar, y me malcrié un poco con una cerveza alemana (voy aprendiendo) y unos calamares deliciosos. Y también una crema catalana de postre, por supuesto. Después me fui a sentar al borde del agua a leer un rato y emprendí finalmente la caminata de vuelta, esta vez sí, perdiéndome por las calles del barrio gótico, sacando fotos, mirando edificios y gente, (y gastando dinero en librerías y jugueterías, ejem, que ahí sí vale la pena, no como los anteojos.)
Estuve un rato charlando con una viejita que -con bastón y todo- venía de bailar la macarena en una plaza. Me mostró sentada cómo era el baile, sonriendo: la mano acá, la mano así, la mirada allá, saltito... se quedaba sentada porque en realidad tenía que hacer reposo. Estaba mal de la espalda y entonces tanto no podía moverse, pero mañana seguro volvía. La macarena incluye saltitos, recuerden. Y entonces entendí que es la misma forma de hacer reposo que siempre considera mi abuela y que espero tener siempre yo: sin dejar de bailar.

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