Domingo. Primer día de sol para mí en esta ciudad. Primer día sin horarios en mucho tiempo. Intento dejarme llevar, pero me cuesta no mirar el reloj de a ratos. Salgo a caminar por el barrio. Despacio. Derecho, al principio, para no perderme. Después me relajo un poco y doy algunas vueltas. Hay varias iglesias. Todas tienen campanario y suenan las campanas. Algunas hasta dan los cuartos de hora.
Se supone que tenía que llegar a un arroyito que no encuentro.
Me gusta mirar las plantas y sus brotes, los primeros verdes después de una temporada de nieve que intuyo pero que no vi. Las casas son enormes y diferentes entre sí. Pero todas tienen muchas ventanas, no hay persianas casi, ni cortinas, se ven los interiores vacíos y yo curioseo sin pudor. En una, descubro unas estrellas de origami pegadas en el vidrio. Mientras camino hago una mariposa de papel y cuando vuelvo a pasar por allí, la dejo de regalo en el pilar de la entrada.
Oigo un montón de pájaros diferentes. A plena media tarde. Después se callan, ¿es que se irán a dormir temprano? ¿O son cantos por la primavera? Me acuerdo que hace unos meses con mamá caminando en una zona casi selvática de México oíamos los ruidos de miles de animales y bichos que no se dejaban ver. Grabamos un poco con el audio de la cámara, pero no es lo mismo. Supongo que pasa igual con las fotos. Lo que uno se llena con los ojos no queda reflejado después en ese pedacito de imagen. Pienso eso y trato de juntar en mis oídos ese trinar tan variado. Los pájaros y mis pasos, y aún así, tarde de silencio.
qué bien! hay indicios de vida origámica por allí!
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