viernes, 3 de julio de 2020

Del asombro

Ayer fue un día tremendo de pluriempleo a tope. Varias cosas con horarios y atajando en el medio otras por el camino. (Esto no es una queja, hace tiempo descubrí que me gusta mucho más trabajar en varias cosas diferentes que se van tocando por alguna arista que siempre en lo mismo. Es una decisión más personal que financiera).
Arranqué a las ocho de la mañana y sabía que casi no tenía pausa hasta una clase que terminaba a las nueve de la noche. Estaba preparada y eso lo hacía más fácil de encarar. Y también más fácil de mantenerme concentrada y de no caer en la dispersión: una cosa atrás de otra (pájaro a pájaro, como dice Anne Lamott), sin margen para la pavada.
Entre las ocho y las nueve tenía unos textos que revisar, de un curso de escritura, y hacer mis devoluciones. En uno de los textos aparecían un petauro y un rintel. Primero pensé que era algún error de tipeo. Después que eran seres inventados. San gugle mediante me enteré que son animales. Y son hermosos. En especial, me enamoré del rintel.
Tiene nombre de compañía telefónica, ya sé. Pero es un animal adorable. Tiene algo que recuerda a un mapache, a una ardilla, a un gato. Es pequeño, hocicudo, orejudo, ojazos, todo en armonía. Yo no sé cómo viví hasta ahora sin conocerlo. Me hizo feliz enterarme de su existencia.
Me pasé el día entre cosa y cosa, atajando chats, correos, reuniones, clases, algunas cuestiones bancarias incluso. Y en cada huequito, cada pausa para tomar aire, miraba fotos de rinteles y aprendía un poco sobre ellos: son de norteamérica, son parientes del mapache, son nocturnos, son solitarios. Se los conoce también como cacomixtle en México (que viene del náhuatl y quiere decir medio gato). Su nombre oficial es bassariscus astutus.
Me divertí bastante haciendo chistes con el nombre poco marketinero: ay, mi rintelito; rintelitín de mi corazón.
Y también, no sé explicarlo muy bien, más allá de que me enamoré del bichito, hay algo más, hay algo de la belleza que hay por ahí, que de pronto aparece de la nada. El asombro por esa belleza me sostuvo todo el día. Tal vez es lo que me sostiene en general. Saber que siempre hay algo ahí, hermoso. Un detalle perfecto en un día cualquiera. Eso de la grieta luminosa que aparece en toda oscuridad, como dice el poeta. O Doctor Who. O Dumbledore.
Y también está eso del asombro. Esa luz que aparece no deja de asombrarme. Siempre me parece la primera vez. Y la energía que me da aprender cosas nuevas, tropezarme con una estrellita en el piso, con un pequeño e inútil tesoro que no sirve más que para alegrarme un rato.
De verdad creo que no logro explicarlo del todo. Todavía. Y que quiero mantener ese asombro siempre. Siento que necesito más ojos, ojos mejores, ojos más grandes. Como esos ojos de rintel, enormes.
(La foto es robada de internet. Perdón. No encontré el crédito, si alguien lo sabe, se agradece).

2 comentarios:

  1. Así también se siente cuando encontramos lo que compartís ("poesía necesaria como el pan de cada día", escribió Gabriel Celaya).

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