Olor a lluvia

El servicio meteorológico recomienda no usar el teléfono durante una tormenta eléctrica. Pero entre rayos y truenos suena, y es para vos, Rolando, seguro. Te llama otra vez la desgracia. Y como suena en mi casa en lugar de en la tuya, me arriesgo y atiendo. Porque está visto, Rolando, que soy tu coraza, tu muralla, la que mantiene a raya los malos momentos, las voces que del otro lado cuentan historias terribles, y como no te enterás, es como si no sucedieran. Nunca se perdió tu perro, nunca un camión atropelló a tu gato, nunca el sodero se olvidó de dejarte los sifones, porque yo me entero por vos, y a vos te convido un arroz como te gusta, con verdurita, y te hablo de las flores, de lo lindas que estaban las nubes esta tarde, todas cosas lindas, inocentes, incoherentes incluso, pero suaves, de algodón, nada malo, que nada malo te toca, Rolando, mientras yo esté acá para atender tus llamadas.

¿Y sabés qué hago con las desgracias? Relleno almohadones con tus desgracias. Y los vendo en la plaza. Y la gente que los lleva tiene uno o dos malos sueños, pero después ya no, porque las desgracias son tan tuyas, Rolando, que se evaporan cuando no pueden tocarte.

Y ahí andás vos, despreocupado, esperando tu plato de arroz que quedó un poco pegoteado, porque las desgracias, Rolando, yo las espanto todo lo que puedo, pero son bichos insistentes, y a veces no hay con qué darles.

Anuncian lunes de tormenta, semana de tormenta, Rolando, pero vos nada, sentate ahí, en el balcón, mirá llover, dormite una siesta arrullado por la lluvia, que yo estoy atenta, preparada, siempre lista para frenar los rayos, tengo puesta mi armadura, llevo mi paraguas, un saquito, pañuelos de papel, una piedrita de olvidar pronto las cosas tristes. Mientras vos mirás el horizonte desde tu silla, que la lluvia cae sin culpa, sin trampa, sin apuro, solo para estas flores que abrieron hoy, porque nada más importa, está claro.