miércoles, 11 de mayo de 2011

Colores

Tengo una ventana nueva, estoy de vuelta en Barcelona pero ahora en un hotel. (Mi amigo sigue internado, vino su madre desde Buenos Aires a cuidarlo y yo los dejé con médicos y esas cosas.)
Decía, tengo una ventana nueva pero es de la única que no habrá fotos. Deja mucho que desear mi ventana, da a un patio interno poco feliz. Se lo pueden imaginar fácil. Estoy pagando el cuarto más caro desde que empezó el viaje, más chico y con peor servicio. También estoy pagando en este momento -aparte- la conexión a internet más cara de la historia. El nombre del hotel lo reservo hasta que me vaya, no sea cosa que por tomar represalias me aumenten todo, me traten peor y me achiquen el cuarto. Pero sepan que se supone que es una gran cadena de ejecutivos. Claro, supongo que cuando "la compañía" paga la conexión nadie se preocupa.
De todas formas, esto no es una queja. Bueno, un poco sí, pero, digo, no me arrepiento de estar ahora conectada en esta carísima internet frente a esta minúscula ventana. Soy, ante todo, muy partidaria de tener "un cuarto propio", como bien me enseñó Virginia y aprendí. Entonces, hago lo que esté a mi alcance para conseguirlo. Y este es mi cuarto propio por los últimos tres días de mis vacaciones, que no es poco, aunque me salga carísimo, la vista no sea buena y las paredes se vengan un poco encima.

Granada fue un respiro y una fiesta. La gente no solo es amable, es contenta además. Será por las tapas que sirven con cada cerveza, será por los edificios tan lindos que tienen, será por esa historia de batallas y dominaciones, que los que quedaron viviendo ahí ya no andan con ganas de pelear. Tantas capas de historia sobre un mismo lugar, de religiones una encima de la otra, de pueblos que se cruzaron y se separaron a cada rato, no sé, me resultó difícil verlo. Se ve en los edificios, claro, en lo que te cuentan los libros de historia, pero a la vez sentía algo de despreocupación, de presente constante que me sorprendió. Al contrario que en Venecia, que me daba la sensación de que la carga histórica de cada lugar tenía un peso, acá solo me daba la sensación de que las cosas bonitas estaban nomás para admirarse. Pero tal vez fue solo que me tocó un guía optimista y granadino fanático, y muy gracioso, entonces todo tenía este clima.

Cuando empecé el viaje pensaba en qué otras unidades se pueden medir los tiempos y las distancias. Estos días se me ocurrió que puedo recordar las ciudades por colores. Es que Granada sin duda es roja, y no solo por la fruta de la que toma su nombre. No es fácil hablar de colores. Pero yo los veo. Y a Granada la vi con un sol radiante, con su fuego de años, con su virgen en la calle, con sus puestos de libros, con su Alhambra y su Albayzin.
Barcelona diría que es color arena, aunque todavía no pisé la playa. Tiene esa cosa escurridiza que no se llega a ver del todo de tantos detalles y detalles en cada fachada. Venecia es tiza y gris y gris-celeste. Verona es amarillo radiante. Bolonia es color ladrillo, rojo oscuro.
Y Munich, sin dudas, es verde, verde recién brotado y salpicada del multicolor de las flores que se le animaron a los primeros rayos de la primavera.
Mientras pensaba esto, en Granada, tuve sueños con agua, con ciudades sumergidas, con mundos acuáticos, como tantas veces. Sueños azules, completamente azules y turquesas.

3 comentarios:

  1. Me parece a mí o vos soñás con agua estés dónde estés.
    Qué bueno leerte tan linda y tan despreocupada.¿Para qué son los viajes si no es para vivir el presente y en colores?. Te mando un abrazo enormísimo, viajero, multicolor, que justifique un poco los euros que invertiste en ese, tu cuarto tan propio. y gracias por dejarnos espiar un poquito.

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  2. Lindísimo post! Celebro haber entrado a leer!

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  3. ¡Gracias, Natalia, por llevarme de paseo!

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