lunes, 11 de abril de 2011

Viaje dentro del viaje dentro del viaje

El fin de semana de ir a Venecia incluyó un viajecito a Verona. Un poco como en la película Inception, pienso primero, voy haciendo un viaje adentro de otro como Cobb se va metiendo cada vez en un sueño más profundo dentro de otro sueño. Pienso esto y me acuerdo que hace poco yo hablé de mi primer recuerdo de un libro, y lo conté en relación a un sueño. Y hace menos, Germán Machado habló de su primer recuerdo de un libro y se trataba de viajes, y es un libro que yo conocí también en un viaje.
Seguramente nada del párrafo anterior aporte demasiado, pero yo disfruto -ya saben- de estas rimas, de estas coincidencias y recurrencias del mundo, así que tenía que decirlo para empezar a hablar de Verona.

Verona es delicioso. Bello por dónde se lo mire, lleva con elegancia esos siglos de historia de las ciudades europeas. Los romanos estuvieron ahí, y es impresionante sí. Pero también estuvieron los Montesco y los Capuleto, que se ve que tienen mejor prensa.

Nunca se me hubiera ocurrido que Julieta despertara pasión como si fuera un ídolo de rock. En mi imaginación, alguna soltera romanticona y quizás, con muchas ganas, algún estudiante de literatura inglesa... pero no. La supuesta casa con el supuesto balcón está colapsado de turistas, y en su mayoría jovencísimos, escribiendo en las paredes, sacándose una foto con la estatua (tocándole una teta a la estatua!) de Julieta, comprando corazones de peluche en la tienda... pero, de verdad, como si viviera ahí Britney Spears.
Yo, en cambio, miré un poco la locura y traté de alejarme pronto. Pero supongo que no es gratis el ataque de juventud turística de dormir en el tren, y algo de esa locura romántica debe ser contagiosa, salí haciéndome un poco la horrorizada de la casa de los Capuleto y a media cuadra me compré un vestido para cuando tenga de vuelta dieciocho.

A pesar de eso, o un poco por eso también, insisto, Verona es delicioso. Los balcones con flores, el solcito primaveral que ya parecía más veraniego, y toda esa gente -y yo dentro de esa gente, por supuesto- andando por ahí como dentro de un escenario de película. Pero esto es en el sentido más profundo de vivir en una ficción. No solo porque un viaje así muchas veces nos resulta impensable, por motivos ecónomicos, de tiempo, de espíritu, no lo digo en el sentido de "increíble", si no porque hay algo en estas ciudades con tanta historia a la vista que hace que no pueda dejar de preguntarme una y otra vez, incansablemente, a cada paso: ¿cómo era esto originalmente? ¿cómo es vivir en una casa que tiene quinientos años tal vez? o cuatrocientos, trescientos, no importa. ¿Cómo es ir a trabajar y pasar por la puerta de una arena romana cada mañana?

Convivir con fantasmas. En algún sentido todos lo hacemos, supongo. Pero ahí los fantasmas están a la vista, en las molduras de las paredes, en las tumbas de cada iglesia, en la historia de cada torre. Convivir con fantasmas es también convivir con personajes de la historia, con personajes de una historia. Se vuelve difusa la separación entre realidad y ficción, si es que es necesario que haya una.

¿Cómo se despierta Marizul del sueño dentro del sueño dentro del sueño? ¿Cómo vuelve Cobb de su descenso a lo más profundo de la mente? Los cuentos siguen siendo los viajes más intensos.

3 comentarios:

  1. Al leer pensé en una Matrioska, y luego me dije que mañana andarías por Rusia o Bielorrusia... ¡quién te dice!
    Sls.

    ResponderEliminar
  2. Lindo final el del texto.

    Cobb tiene que tomar mucha sopa para estar a la altura de Paprika!

    ResponderEliminar
  3. Ahí vi Paprika!
    Gracias por la recomendación y a Cuevana por hacerlo posible, ji.
    Me encantó. Cuando sea grande, quiero el trabajo de Paprika!

    ResponderEliminar