miércoles, 20 de abril de 2011

Elogio de la merienda

Hay siempre un revés de los viajes, ese inevitable momento de comparación con la casa de uno. A veces la casa sale ganando, a veces, no. Supongo que todo esto es muy típico.
Cuando el viaje es más largo y excede a unas simples vacaciones, pero tampoco llega a ser exilio, desarraigo, ni nada de eso, la nostalgia es más bien anecdótica, no llega a ser nostalgia en profundidad, en todo su esplendor. Se queda en un "qué día para un asadito" con un suspiro y a otra cosa, a comer kartoffel y spetzel que están muy bien por ahora. 
Sin embargo, hay ciertas cosas que se extrañan con más contundencia. O que producen extrañeza, que no es lo mismo. Esto es para que no crean que todo es una maravilla en el bosquecito. Por ejemplo, no tienen merienda. Sabrán, y si no les cuento, que soy de merendar. Fervorosa defensora de la merienda. Y, si se hace un poco tarde, del vermouth. Según corresponda. Pues nada de eso. ¡Esta gente cena antes de que se ponga el sol! Pero de verdad, mientras yo preparo el mate, en la cocina están friendo ajo, cocinando salchichas, no sé, cosas impensables.
Bueno, no toman mate, eso ni hace falta decirlo. (Me queda yerba para tres días. Tengo que administrarla bien.) 
Igual, claro está, yo me mantengo fiel a mi rutina y tomo merienda (o vermouth, según corresponda), que para una simple merienda no se necesita poner de acuerdo a todo el mundo, por supuesto. Solo que me llama la atención esta carencia zonza de algo tan bueno en la vida, cuando podrían ser casi perfectos.

Lo de la perfección es un tema. Porque uno viniendo de Latinoamérica enseguida nota ese standard de tranquilidad y seguridad a que acostumbran por acá. Y la verdad es que es fácil mirarlo con una actitud de superación ("ah, pero nosotros sí sabemos lo que es una crisis", "si sobrevivís allá, sobrevivís después en cualquier lado", "ah, mucha educación pero el índice de suicidios que tienen ahí, qué me decís") cuando en realidad debe ser más envidia que otra cosa. Envidia y también un poco de extrañeza. Porque da la sensación en un primer momento que uno no sabe de qué va a preocuparse. Y preocuparse no deja de ser -si no un deporte- un buen entretenimiento. De ahí a un paso de pensar que nos podemos convertir en asesinos seriales con facilidad. Pero más vale que no es así, ni falta mucho aclararlo. Las escalas de valores de los problemas se corren rápidamente y uno se acostumbra muy pronto a la buena vida.

Yo quería escribir algo para que no me tengan envidia, que ya recibí varios mensajes amenazantes, y lo único que me sale decir es que no es tan fácil convertirse en asesino serial y que por ahora solo extraño la merienda... Pero hay mucho más que extraño, y todo tiene nombres y apellidos.
La verdad es que la nostalgia no viene de pensar en el asado, si no de pensar de pronto y sin aviso en la risa de los sobrinos, en las tostadas de la abuela, en algunas cosas que ya no van a estar más cuando vuelva, en otras que siguen creciendo, en reencuentros posibles, en un abrazo reparador, en una siesta compartida, en un vermouth con papas fritas y con los amigos de siempre.

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